O noso proxecto

jueves, 26 de marzo de 2015

LUÍSA FEIJÓO BIEMPICA

"Tenía 5 años y, claro, no repercutió mucho en mí. Pero la guerra fue muy larga y perduró aún acabada, ya que era una guerra entre hermanos. España, unos contra otros."

Boda, fecha estimada 1965. Autor desconocido.

Luísa Feijóo Biempica nació en Rubiás en 10 de octubre de 1931, en el seno de una familia de 13 personas. Vivió en condición acomodada en comparación a otra mucha gente dedicada a la labranza. Se casó a los 21 años y tuvo 3 hijos. Siempre trabajó y luchó por alimentarse junto a su familia, pasó por la Guerra Civil y la Dictadura, por lo que bien podemos considerarla una heroína.

P: ¿Cómo fue su infancia?
R: Mi infancia, dentro de lo que eran los pueblos, las aldeas, fue buena, porque tuve unos padres buenos, fui feliz, jugué mucho... Podría ser, como dicen ahora, una gran deportista porque me gustaba mucho jugar.

P: ¿Cómo era su familia?
R: En mi familia éramos muchos, todos los días en la mesa éramos 13; 10 hermanos, papá, mamá y el abuelo. Entonces, era una familia muy grande. En aquellos tiempos, las familias eran de 8-10 hijos, entonces éramos muchos en el pueblo y lo pasábamos bien, jugábamos mucho.
La escuela estaba en la parroquia, pero en otro pueblo, que se llamaba Granja. El de las niñas estaba en Rubiás, donde nací, porque en aquel entonces las niñas no podían ir a la escuela con los niños, estaban separados.

P: ¿Y esa escuela estaba muy lejos de casa? ¿Cómo iba?
R: No, estaba en el mismo pueblo; los niños tenían que ir a Granja y las niñas a Rubiás, por lo que les quedaba a todos cerca, pero a nosotras, como éramos de allí, nos quedaba a un pasito, muy cerca.

P: ¿Le gustaba la escuela?
R: Pues sí, me gustaba la escuela. No tuvimos mucha suerte porque tuvimos una maestra que era inútil. Pero eran aquellos tiempos; era buena, pero enseñaba poco, sobre todo cartilla. También las cosas eran así porque estalló la guerra y todas esas cosas.
A mi abuelo, le decíamos que en la escuela no nos enseñaban, nos ponía la mano en el libro y no podíamos leer. Papá y mamá nos enviaron a la escuela, entonces en el pueblo, las que mejor sabíamos leer y escribir éramos nosotras. Aunque claro, podríamos saber mucho más, como geografía e historia, cosa que nunca estudiamos. Leíamos un libro y luego nos dedicábamos al catecismo y a escribir, también a hacer cuentas, restar, sumar y multiplicar; luego yo aprendí algo más.
De mis hermanos hombres, que eran dos, el mayor, que murió a los 28 años, era muy listo, le enseñaron unos maestros muy buenos, entonces yo aprendí mucho de él. En los inviernos, cobraba algo a la gente que no sabía leer para enseñarles; yo enseñé a mucha gente a leer, pues ayudaba a mi hermano a aleccionar a los que no sabían, incluso gente mayor.
Cuando murió aquella maestra, vinieron unas maestras más jóvenes. Yo ya no iba a la escuela, pero mis hermanas Lidia y Marujita aún pudieron aprender algo más.

P: En cuanto a la escuela, ¿tiene alguna anécdota que recuerde especialmente?
R: Sobre todo escribir y leer, el no haber niños, salir a jugar... Bueno, íbamos a una era que había allí arriba a jugar y la maestra, como tardábamos en venir, se ponía detrás de la puerta con la varita y zumbaba. Yo tuve suerte, porque siempre procuraba ir detrás. No era que nos pegara mucho, pero como estábamos lejos no la oíamos.

P: ¿Entonces jugaban mucho?
R: Sí, jugábamos mucho, eso sí. Yo fui muy juguetona y la tía Marina, como era muy gruesa, no corría mucho y yo le decía << ¡Siéntate ahí!>>. Sí, jugábamos a la gallina ciega, siempre era ella la gallina, porque como no corría era muy fácil cogerla. A mí no me gustaba, yo siempre le decía que se quedara sentada y no jugara. En cambio, yo siempre corrí mucho. Sí, siempre jugamos bastante.



P: ¿Tenía muchos amigos en el pueblo?
R: Sí, todas las niñas del pueblo. Los pueblos entonces eran como una familia, porque se conocían todos y se ayudaban entre ellos. Siempre nos ayudamos mutuamente, la verdad.

P: Volviendo al tema de la familia, ¿cómo era un día normal en la casa, con la familia...?
R: En un día normal, mis hermanas mayores se levantaban más temprano. Había que ordeñar las vacas, hacer el desayuno, nos levantábamos, desayunábamos y los pequeños a la escuela y los grandes a trabajar en el campo, que era de lo que se vivía. Mamá hacía la comida casi siempre, menos cuando no estaba bien, que la hacían mis hermanas. Entonces, no había agua en casa, no había las comodidades que hay ahora, como nevera. El fuego era en una lareira, en el suelo de madera. Había una parte con piedras, que era donde se cocinaba. Al mediodía venía la gente de trabajar y comíamos. Si era verano, descansábamos cuando hacía mucho calor y luego otra vez al trabajo. Había que sembrar, recoger y regar... siempre había algo que hacer. Cuidar las vacas, llevarlas al monte... La vida del labrador era así, ahora ya no queda casi nada de ello, pero antes unos tenían dos vacas, otros cuatro,... Nosotros teníamos ocho vacas y un caballo y más tarde seis. También había cerdos, ovejas, de todo.

P: ¿Qué solían comer en casa?
Yo, por ejemplo, no era gran cosa lo que comía, pero siempre había leche. Por la mañana, se hacía leche, papas, sopas, se le echaba nata o pan hervido de maíz…
Entonces, por la mañana se desayunaba, en el mediodía se comía caldo con cerdo, chorizo, patatas cocidas a lo mejor... De merienda, mantequilla con pan y miel, otras veces jamón... Y después de cena, leche o caldo.
A veces venían señoras con cestas a la cabeza y traían, como no había hielo, entre helechos, el pescado fresco, y mamá lo compraba. Pescadilla, jureles, lo que trajeran. Unas veces pagábamos con dinero y otras veces con maíz, habas... Era así como se hacían las cosas.

P: ¿Alguna vez pasó hambre tú o alguien de tu familia?
Nosotros no, porque tuve la suerte de nacer en una familia que fue a menos, pero que llegó a tener banca. Mis abuelos eran ricos en aquella época, pues eran los únicos que tenían comercio y tenían hasta criados. Mi madre, cuando nacieron mis hermanas mayores aún tenía una criada. Como tenían muchas tierras, se dedicaron al campo cuando decayó el comercio. Al tener un tío cura, tuvimos también un gran capital.
Nunca pasamos hambre, pues trabajamos mucho; íbamos a la escuela y en el tiempo libre ayudábamos en lo que nos mandaran. Eso sí, había mucha gente del pueblo que pasó hambre a causa de la guerra, aunque siempre había pan.

P: ¿Echa de menos algo de esa vida de campo, la comida, algo en especial...?
R: En especial, la leche con pan. Para mí, la comida era leche migada con pan, eso sí que lo echo de menos. La leche que hay ahora no me gusta, aquella era ordeñada de nuestras vacas y hervida. Se hacía requesón, se ponía en unos jarros de cerámica y se dejaba en una bodega al fondo del patio, por lo que cuajaba muy bien. En verano sobre todo, era muy fresca. Mi comida favorita era la leche migada con pan, hasta me decían que tenía cara de leite coada, ya que era muy pálida y no quería ni caldo ni guisos. Pero bueno, comía pescado también, pero lo que más, leche.

P: ¿Alguna vez le ocasionó algún problema el no comer? ¿Se puso enferma?
R: Enferma no estuve nunca, bueno, algún catarro. Nunca estuve enferma hasta estar casada. Ni yo ni mis hermanos tuvimos nunca enfermedades.

P: ¿Qué hacían cuando alguno estaba acatarrado?
R: Como teníamos mucha miel, mamá nos calentaba miel en una sartén al fuego y nos la hacía tomar. Remedios caseros, básicamente. Siempre, cuando tosía, tomaba una cucharada de miel, de azúcar...

P: ¿A qué edad se casó?
R: Iba a hacer 21 años cuando me casé. Era una niña, si se puede decir.

P: ¿Fue con su primer amor?
R: Sí, fue mi primer amor. El primero y el último. Tuve pretendientes, como se dice ahora, siendo joven. Pero el abuelo me quería mucho, fue muy bueno conmigo y yo hice lo posible por serlo también.
Cuando tenía 22 años nació José, y a los 18 meses nació Marisa. Cuando tenía 27 años nació tu padre.

P ¿Alguien de su familia tuvo que ir a la guerra?
R: De la familia, un primo de mi madre que solía estar en casa. Tuvo suerte, no le pasó nada. Los chicos ya eran mayores, así que no fueron a la guerra, pero escaparon, porque se consideraban galleguistas. Estuvieron escondidos, pero había un sacerdote de la parroquia muy amable que procuró que nadie fuera a la cárcel.

P: ¿La guerra entonces, cómo repercutió en su vida?
R: Tenía 5 años y, claro, no repercutió mucho en mí. Pero la guerra fue muy larga y perduró aún acabada, ya que era una guerra entre hermanos. España, unos contra otros. Había muchas dificultades, pero, aunque a mí no me sucedió, no se podía hablar porque te podían denunciar y acabar en la cárcel. Cuando yo me casé en el 52, no había ni trigo. En las capitales era peor, no había apenas para comer. En el campo, aunque no había vestidos bonitos, dinero y esas cosas, había comida. Las guerras traen muy malas consecuencias, hasta la gente era más pequeña.


P: Tras la guerra, ¿cómo vivieron la Dictadura?
R: Fue terrible, aunque nosotros la vivimos casi normal. Era una represión horrible y ojalá nunca vuelva a suceder. Siempre había miedo, miedo a todo, no se vivía bien por esa razón; no podías hablar como ahora, que se puede habar del gobierno con libertad, pero antes, Dios te libre, había que medir las palabras. Yo no era gente de mucho hablar, así que tampoco me afectó. En el campo, era trabajar y no hablar.
Las guerras son malas y dejan mucha miseria tras de sí. Por ejemplo, si querías azúcar no lo había, tenías que comprarlo al estraperlo, si querías harina de trigo, también. Todo era estraperlo. A veces, los guardias le quitaban al vendedor todo, para luego venderlo. Era todo un robo.
Nosotros pasamos por mucho, hasta mi padre tuvo que ir a hablar con el gobernador de Orense porque nos precintaron el hórreo. Allí teníamos el maíz y nos dijeron que teníamos que darlo, pero si lo hacíamos no tendríamos nada que comer. Gracias a una amistad, no pasó nada, lo desprecintaron. Si a ellos se les antojaba, por ejemplo podían comprar un ternero por 500 pesetas, costando este 1000.
Había también racionamiento, te lo vendían bien, pero te podían dar para una familia un litro de aceite, algo de azúcar, un pedazo de jabón... Durante bastante tiempo perduró esto.

P: A la mujer, durante todo este período, ¿cómo la trataron?
R: En el pueblo no se notaba tanta diferencia, las mujeres trabajaban y la que tenía un marido bueno la cuidaba mejor. En mi pueblo, que yo sepa, no hubo malos tratos.

P: En general, entonces, ¿no había machismo?
R: Claro que había, pero en las leyes además, porque una mujer que, por ejemplo, tuviera una finca, no podía venderla sin el consentimiento de su marido. No tenía nada a su nombre, no valía nada; aunque eso hasta hace poco. Si tus padres te dejaban en herencia una casa, no podías venderla sin que te autorizara tu marido. En las ciudades era peor y en los pueblos, aunque riñeran unos con otros, había confianza, pues las puertas ni siquiera se cerraban con llave.

P: ¿La religión cómo afectó a su vida? ¿Eran religiosos? ¿Qué religión practicaban?
R: Sí, éramos religiosos; de hecho en nuestra parroquia éramos todos cristianos, tuve una hermana monja, mi padre un hermano cura, íbamos a misa, rezábamos el rosario en casa y, bueno, tuvimos un cura que no era exigente en cuanto a la religión.
No había más remedio, si querías ir a algún sitio, como los que se marcharon a Venezuela o a Francia, debían tener un justificante del cura que afirmara que eran buenas personas, pues si les ponía falta no les permitían embarcar. Ahora necesitarías un papel del juzgado, pero antes, una fe de bautismo; para cualquier cosa.
No era obligatorio ir a misa, pero fuimos educados en nuestra religión, por lo que íbamos. No había muchas opciones de todas formas.
Cerca del pueblo, había también protestantes, pero eran amigos nuestros igualmente. Ahora se matan por las religiones.

P: ¿La religión sirvió en algún momento de apoyo o algo parecido?
R: Claro, nos apoyaba de la forma en que necesitabas el informe de cura para salir de España, era necesaria.

P: ¿Cree que ha cambiado la sociedad de ahora y antes, en cosas importantes?
R: Creo que mucho, en algunas cosas hasta demasiado, pero sí, cambió muchísimo para mejor, aunque ahora no se estén portando muy bien.


P: ¿Qué puntos le parecen positivo y cuáles negativos?
R: Positivos me parecen muchos, por ejemplo, que ahora la gente viva mejor, se defienda, tenga más opciones de estudiar... En el pueblo se tardó más en juntar a los niños y a las niñas en la escuela, por ejemplo, pero fue una cosa muy importante, entre muchas otras.
En lo negativo, pues que la gente quizá sea más codiciosa, todos quieren ser ricos, antes no había tanto deseo de tener dinero, la gente trabajaba... Ahora en las aldeas no hay gente y la poca que hay ni se quiere como antes, cierran las puertas.

P: Para concluir, ¿tiene alguna anécdota que contar de algún viaje, o algo en especial que recuerde?
R: Viajes yo no hice ninguno, no salí de lo que era Porto Quintela hasta la Coruña, con mis hijos en la playa. Se bañaban y les cuidaba, tu abuelo no podía ir conmigo e iba yo con ellos.
Parábamos en una pensión de unos amigos, a lo mejor íbamos a Ourense a comprar al comercio y nos quedábamos por allí, íbamos al cine.... Eran esos los viajes que hacíamos. Toda mi vida consistió en trabajar mucho para que mis hijos estudiaran, era lo que yo quería, aunque no tuvieran dinero ni fueran ricos, eso fue lo que siempre les inculcamos. Trabajamos muchísimo para que pudieran estudiar, y sufrí mucho al no poder estar con ellos, porque si lo hacía no podía trabajar. Tuve altos y bajos, pasé por muchas penas, porque a veces uno quiere estar con sus hijos pero no se puede. Volvíamos a Ourense los sábados, siempre había que tener abierto el comercio, para quedarnos a dormir y verlos. Mi vida fue, en resumen, mucho trabajo, pero tuve la suerte de que mis hijos fueron muy buenos y un ejemplo allí donde estuvieron, siendo ellos la gran alegría de mi vida.

P: Bien, eso es todo, muchas gracias.


Lucía González Arias 3ºA

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