"Tenía 5 años y, claro, no repercutió mucho en mí. Pero la guerra fue muy larga y perduró aún acabada, ya que era una guerra entre hermanos. España, unos contra otros."
Luísa
Feijóo Biempica nació en Rubiás en 10 de octubre de 1931, en el
seno de una familia de 13 personas. Vivió en condición acomodada en
comparación a otra mucha gente dedicada a la labranza. Se casó a
los 21 años y tuvo 3 hijos. Siempre trabajó y luchó por
alimentarse junto a su familia, pasó por la Guerra Civil y la
Dictadura, por lo que bien podemos considerarla una heroína.
P:
¿Cómo fue su
infancia?
R:
Mi infancia, dentro de lo que eran los pueblos, las aldeas, fue
buena, porque tuve unos padres buenos, fui feliz, jugué mucho...
Podría ser, como dicen ahora, una gran deportista porque me gustaba
mucho jugar.
P:
¿Cómo era su
familia?
R:
En mi familia éramos muchos, todos los días en la mesa éramos 13;
10 hermanos, papá, mamá y el abuelo. Entonces, era una familia muy
grande. En aquellos tiempos, las familias eran de 8-10 hijos,
entonces éramos muchos en el pueblo y lo pasábamos bien, jugábamos
mucho.
La
escuela estaba en la parroquia, pero en otro pueblo, que se llamaba
Granja. El de las niñas estaba en Rubiás, donde nací, porque en
aquel entonces las niñas no podían ir a la escuela con los niños,
estaban separados.
P:
¿Y esa escuela estaba muy lejos de casa? ¿Cómo iba?
R:
No, estaba en el mismo pueblo; los niños tenían que ir a Granja y
las niñas a Rubiás, por lo que les quedaba a todos cerca, pero a
nosotras, como éramos de allí, nos quedaba a un pasito, muy cerca.
P:
¿Le
gustaba la escuela?
R:
Pues sí, me gustaba la escuela. No tuvimos mucha suerte porque
tuvimos una maestra que era inútil. Pero eran aquellos tiempos; era
buena, pero enseñaba poco, sobre todo cartilla. También las cosas
eran así porque estalló la guerra y todas esas cosas.
A
mi abuelo, le decíamos que en la escuela no nos enseñaban, nos
ponía la mano en el libro y no podíamos leer. Papá y mamá nos
enviaron a la escuela, entonces en el pueblo, las que mejor sabíamos
leer y escribir éramos nosotras. Aunque claro, podríamos saber
mucho más, como geografía e historia, cosa que nunca estudiamos.
Leíamos un libro y luego nos dedicábamos al catecismo y a escribir,
también a hacer cuentas, restar, sumar y multiplicar; luego yo
aprendí algo más.
De
mis hermanos hombres, que eran dos, el mayor, que murió a los 28
años, era muy listo, le enseñaron unos maestros muy buenos,
entonces yo aprendí mucho de él. En los inviernos, cobraba algo a
la gente que no sabía leer para enseñarles; yo enseñé a mucha
gente a leer, pues ayudaba a mi hermano a aleccionar a los que no
sabían, incluso gente mayor.
Cuando
murió aquella maestra, vinieron unas maestras más jóvenes. Yo ya
no iba a la escuela, pero mis hermanas Lidia y Marujita aún pudieron
aprender algo más.
P:
En cuanto a la escuela, ¿tiene alguna anécdota que recuerde
especialmente?
R:
Sobre todo escribir y leer, el no haber niños, salir a jugar...
Bueno, íbamos a una era que había allí arriba a jugar y la
maestra, como tardábamos en venir,
se
ponía detrás de la puerta con la varita y zumbaba.
Yo tuve suerte, porque siempre procuraba ir detrás. No era que nos
pegara mucho, pero como estábamos lejos no la oíamos.
P:
¿Entonces jugaban
mucho?
R:
Sí, jugábamos mucho, eso sí. Yo fui muy juguetona y la tía
Marina, como era muy gruesa, no corría mucho y yo le decía <<
¡Siéntate ahí!>>. Sí,
jugábamos a la gallina ciega, siempre era ella la gallina, porque
como no corría era muy fácil cogerla. A mí no me gustaba, yo
siempre le decía que se quedara sentada y no jugara. En cambio, yo
siempre corrí mucho. Sí, siempre jugamos bastante.
P:
¿Tenía muchos amigos en el pueblo?
R:
Sí, todas las niñas del pueblo. Los pueblos entonces eran como una
familia, porque se conocían todos y se ayudaban entre ellos. Siempre
nos ayudamos mutuamente, la verdad.
P:
Volviendo al tema de la familia, ¿cómo era un día normal en la
casa, con la familia...?
R:
En un día normal, mis hermanas mayores se levantaban más temprano.
Había que ordeñar las vacas, hacer el desayuno, nos levantábamos,
desayunábamos y los pequeños a la escuela y los grandes a trabajar
en el campo, que era de lo que se vivía. Mamá hacía la comida casi
siempre, menos cuando no estaba bien, que la hacían mis hermanas.
Entonces, no había agua en casa, no había las comodidades que hay
ahora, como nevera. El fuego era en una lareira,
en el suelo de madera. Había una parte con piedras, que era donde se
cocinaba. Al mediodía venía la gente de trabajar y comíamos. Si
era verano, descansábamos cuando hacía mucho calor y luego otra vez
al trabajo. Había que sembrar, recoger y regar... siempre había
algo que hacer. Cuidar las vacas, llevarlas al monte... La vida del
labrador era así, ahora ya no queda casi nada de ello, pero antes
unos tenían dos vacas, otros cuatro,... Nosotros teníamos ocho
vacas y un caballo y más tarde seis. También había cerdos, ovejas,
de todo.
P:
¿Qué solían
comer en casa?
Yo,
por ejemplo, no era gran cosa lo que comía, pero siempre había
leche. Por la mañana, se hacía leche, papas,
sopas, se le echaba nata o pan hervido de maíz…
Entonces,
por la mañana se desayunaba, en el mediodía se comía caldo con
cerdo, chorizo, patatas cocidas a lo mejor... De merienda,
mantequilla con pan y miel, otras veces jamón... Y después de cena,
leche o caldo.
A
veces venían señoras con cestas a la cabeza y traían, como no
había hielo, entre helechos, el pescado fresco, y mamá lo compraba.
Pescadilla, jureles, lo que trajeran. Unas veces pagábamos con
dinero y otras veces con maíz, habas... Era así como se hacían las
cosas.
P:
¿Alguna vez pasó
hambre tú o alguien de tu familia?
Nosotros
no, porque tuve la suerte de nacer en una familia que fue a menos,
pero que llegó a tener banca. Mis abuelos eran ricos en aquella
época, pues eran los únicos que tenían comercio y tenían hasta
criados. Mi madre, cuando nacieron mis hermanas mayores aún tenía
una criada. Como tenían muchas tierras, se dedicaron al campo cuando
decayó el comercio. Al tener un tío cura, tuvimos también un gran
capital.
Nunca
pasamos hambre, pues trabajamos mucho; íbamos a la escuela y en el
tiempo libre ayudábamos en lo que nos mandaran. Eso sí, había
mucha gente del pueblo que pasó hambre a causa de la guerra, aunque
siempre había pan.
P:
¿Echa de menos algo de esa vida de campo, la comida, algo en
especial...?
R:
En especial, la leche con pan. Para mí, la comida era leche migada
con pan, eso sí que lo echo de menos. La leche que hay ahora no me
gusta, aquella era ordeñada de nuestras vacas y hervida. Se hacía
requesón, se ponía en unos jarros de cerámica y se dejaba en una
bodega al fondo del patio, por lo que cuajaba muy bien. En verano
sobre todo, era muy fresca. Mi comida favorita era la leche migada
con pan, hasta me decían que tenía cara de leite
coada,
ya que era muy pálida y no quería ni caldo ni guisos. Pero bueno,
comía pescado también, pero lo que más, leche.
P:
¿Alguna vez le
ocasionó algún problema el no comer? ¿Se
puso
enferma?
R:
Enferma no estuve nunca, bueno, algún catarro. Nunca estuve enferma
hasta estar casada. Ni yo ni mis hermanos tuvimos nunca enfermedades.
P:
¿Qué hacían
cuando alguno estaba acatarrado?
R:
Como teníamos mucha miel, mamá nos calentaba miel en una sartén al
fuego y nos la hacía tomar. Remedios caseros, básicamente.
Siempre, cuando tosía, tomaba una cucharada de miel, de azúcar...
P:
¿A qué edad se
casó?
R:
Iba a hacer 21 años cuando me casé. Era una niña, si se puede
decir.
P:
¿Fue con su
primer amor?
R:
Sí, fue mi primer amor. El primero y el último. Tuve pretendientes,
como se dice ahora, siendo joven. Pero el abuelo me quería mucho,
fue muy bueno conmigo y yo hice lo posible por serlo también.
Cuando
tenía 22 años nació José, y a los 18 meses nació Marisa. Cuando
tenía 27 años nació tu padre.
P
¿Alguien de su
familia tuvo que ir a la guerra?
R:
De la familia, un primo de mi madre que solía estar en casa. Tuvo
suerte, no le pasó nada. Los chicos ya eran mayores, así que no
fueron a la guerra, pero escaparon, porque se consideraban
galleguistas. Estuvieron escondidos, pero había un sacerdote de la
parroquia muy amable que procuró que nadie fuera a la cárcel.
P:
¿La guerra entonces, cómo repercutió en su
vida?
R:
Tenía 5 años y, claro, no repercutió mucho en mí. Pero la guerra
fue muy larga y perduró aún acabada, ya que era una guerra entre
hermanos. España, unos contra otros. Había muchas dificultades,
pero, aunque a mí no me sucedió, no se podía hablar porque te
podían denunciar y acabar en la cárcel. Cuando yo me casé en el
52, no había ni trigo. En las capitales era peor, no había apenas
para comer. En el campo, aunque no había vestidos bonitos, dinero y
esas cosas, había comida. Las guerras traen muy malas consecuencias,
hasta la gente era más pequeña.
P:
Tras la guerra, ¿cómo vivieron
la Dictadura?
R:
Fue terrible, aunque nosotros la vivimos casi normal. Era una
represión horrible y ojalá nunca vuelva a suceder. Siempre había
miedo, miedo a todo, no se vivía bien por esa razón; no podías
hablar como ahora, que se puede habar del gobierno con libertad, pero
antes, Dios te libre, había que medir las palabras. Yo no era gente
de mucho hablar, así que tampoco me afectó. En el campo, era
trabajar y no hablar.
Las
guerras son malas y dejan mucha miseria tras de sí. Por ejemplo, si
querías azúcar no lo había, tenías que comprarlo al estraperlo,
si querías harina de trigo, también. Todo era estraperlo. A veces,
los guardias le quitaban al vendedor todo, para luego venderlo. Era
todo un robo.
Nosotros
pasamos por mucho, hasta mi padre tuvo que ir a hablar con el
gobernador de Orense porque nos precintaron el hórreo. Allí
teníamos el maíz y nos dijeron que teníamos que darlo, pero si lo
hacíamos no tendríamos nada que comer. Gracias a una amistad, no
pasó nada, lo desprecintaron. Si a ellos se les antojaba, por
ejemplo podían comprar un ternero por 500 pesetas, costando este
1000.
Había
también racionamiento, te lo vendían bien, pero te podían dar para
una familia un litro de aceite, algo de azúcar, un pedazo de
jabón... Durante bastante tiempo perduró esto.
P:
A la mujer, durante todo este período, ¿cómo la trataron?
R:
En el pueblo no se notaba tanta diferencia, las mujeres trabajaban y
la que tenía un marido bueno la cuidaba mejor. En mi pueblo, que yo
sepa, no hubo malos tratos.
P:
En general, entonces, ¿no había machismo?
R:
Claro que había, pero en las leyes además, porque una mujer que,
por ejemplo, tuviera una finca, no podía venderla sin el
consentimiento de su marido. No tenía nada a su nombre, no valía
nada; aunque eso hasta hace poco. Si tus padres te dejaban en
herencia una casa, no podías venderla sin que te autorizara tu
marido. En las ciudades era peor y en los pueblos, aunque riñeran
unos con otros, había confianza, pues las puertas ni siquiera se
cerraban con llave.
P:
¿La religión cómo afectó a su
vida? ¿Eran
religiosos? ¿Qué religión practicaban?
R:
Sí, éramos religiosos; de hecho en nuestra parroquia éramos todos
cristianos, tuve una hermana monja, mi padre un hermano cura, íbamos
a misa, rezábamos el rosario en casa y, bueno, tuvimos un cura que
no era exigente en cuanto a la religión.
No
había más remedio, si querías ir a algún sitio, como los que se
marcharon a Venezuela o a Francia, debían tener un justificante del
cura que afirmara que eran buenas personas, pues si les ponía falta
no les permitían embarcar. Ahora necesitarías un papel del juzgado,
pero antes, una fe de bautismo; para cualquier cosa.
No
era obligatorio ir a misa, pero fuimos educados en nuestra religión,
por lo que íbamos. No había muchas opciones de todas formas.
Cerca
del pueblo, había también protestantes, pero eran amigos nuestros
igualmente. Ahora se matan por las religiones.
P:
¿La religión sirvió en algún momento de apoyo o algo parecido?
R:
Claro, nos apoyaba de la forma en que necesitabas el informe de cura
para salir de España, era necesaria.
P:
¿Cree que ha cambiado la sociedad de ahora y antes, en cosas
importantes?
R:
Creo que mucho, en algunas cosas hasta demasiado, pero sí, cambió
muchísimo para mejor, aunque ahora no se estén portando muy bien.
P:
¿Qué puntos le
parecen positivo y cuáles negativos?
R:
Positivos me parecen muchos, por ejemplo, que ahora la gente viva
mejor, se defienda, tenga más opciones de estudiar... En el pueblo
se tardó más en juntar a los niños y a las niñas en la escuela,
por ejemplo, pero fue una cosa muy importante, entre muchas otras.
En
lo negativo, pues que la gente quizá sea más codiciosa, todos
quieren ser ricos, antes no había tanto deseo de tener dinero, la
gente trabajaba... Ahora en las aldeas no hay gente y la poca que hay
ni se quiere como antes, cierran las puertas.
P:
Para concluir, ¿tiene alguna anécdota que contar de algún viaje, o
algo en especial que recuerde?
R:
Viajes yo no hice ninguno, no salí de lo que era Porto Quintela
hasta la Coruña, con mis hijos en la playa. Se bañaban y les
cuidaba, tu abuelo no podía ir conmigo e iba yo con ellos.
Parábamos
en una pensión de unos amigos, a lo mejor íbamos a Ourense a
comprar al comercio y nos quedábamos por allí, íbamos al cine....
Eran esos los viajes que hacíamos. Toda mi vida consistió en
trabajar mucho para que mis hijos estudiaran, era lo que yo quería,
aunque no tuvieran dinero ni fueran ricos, eso fue lo que siempre les
inculcamos. Trabajamos muchísimo para que pudieran estudiar, y sufrí
mucho al no poder estar con ellos, porque si lo hacía no podía
trabajar. Tuve altos y bajos, pasé por muchas penas, porque a veces
uno quiere estar con sus hijos pero no se puede. Volvíamos a Ourense
los sábados, siempre había que tener abierto el comercio, para
quedarnos a dormir y verlos. Mi vida fue, en resumen, mucho trabajo,
pero tuve la suerte de que mis hijos fueron muy buenos y un ejemplo
allí donde estuvieron, siendo ellos la gran alegría de mi vida.
P:
Bien, eso es todo, muchas gracias.
Lucía González Arias 3ºA
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