"Nosotros antes íbamos con la ropa que teníamos porque no había más, se lavaba a la noche y por la mañana se ponía."
Josefa
Portela Rodríguez, una señora de Bueu, del año 1925, tuvo su hija
a los 30 años, y vivió durante la dura época de la Guerra Civil,
la Posguerra y la Dictadura. Su padre era pescador y su madre
trabajaba en el campo. Es religiosa y aún ahora, antes de acostarse
se presigna y reza. Aunque actualmente no viva con su familia, sino
en la residencia de Campolongo, recibe visitas de su hija, su yerno,
sus nietos y sus bisnietos.
P.:
¿Cómo fue su infancia?
R.:
Entonces éramos muy pobres. En mi aldea había ricos y pobres, y
nosotros éramos muy pobres. Mi padre era pescador de línea. Iba a
buscar unos “pescaditos”, fanecas o lo que fuera, y después lo
íbamos a vender por las casas. Pero no se pagaba con dinero, lo que
te daban era una “presita” de harina, te daban un pedacito de pan
de maíz, cuatro patatitas. Y también teníamos que andar con las
ovejas, con los pavos… En mi casa éramos dos hermanas y nos
turnábamos para ir a la escuela. La que iba con las ovejas por la
mañana iba por la tarde a la escuela y al revés. Cuando íbamos
con las ovejas aprovechábamos para traer leña para hacer la comida.
P.:
Cuando era pequeña, ¿ayudaba a su madre en casa?
R.:
Nosotras ayudábamos así, con las ovejas, con la leña, teníamos
unas fuentes y teníamos que ir a buscar el agua en unos cubos de
madera… teníamos que trabajar mucho.
P.:
¿Sólo usted ayudaba en casa?
En
mi casa éramos tres hermanas, pero dos de matrimonio, y éramos las
que hacíamos los trabajitos de casa.
P.:
¿Alguien de su familia emigró?
R.:
No, por casualidad no. Entonces había pocos a emigrar, porque más
bien iban los que tenía un poco de capital. Los que eran ricos,
pero nosotros los pobres no. Entonces andábamos por allí por la
aldea. Y había vecinos buenos, que siempre te daban un trocito de
pan.
P.:
¿Cómo llegaba el dinero a casa?
R.:
El dinero escaso, porque mira, en el tiempo en que estaba yo
sirviendo las señoras nos daban poco dinero, y hasta no nos pusieron
seguro, para por ejemplo venir para aquí o para ir para el médico,
para cualquier cosa, no teníamos seguro ninguno, y entonces el
dinero, era que me dieran 500 pesetas de jornal e iba juntando todo
así, y después se lo traía a mi madre. Iba a la tienda a buscar lo
que le hacía falta, la ropa, cuando yo estaba sirviendo le llevaba
juguetes, el calzado y la ropa a mi hija y nada más. El dinero
escaso.
P.:
¿En qué trabajaba?
R.:
Nosotros trabajamos mucho, como ya te dije. Con la escuela, lo de
casa, los recados que teníamos que hacer…trabajábamos mucho. Y
tuve mucha suerte porque mis padres estaban siempre trabajando y
nunca me pegaron.
P.:
¿Iba a la escuela?
R.:
A la escuela fui muy poco. Para leer un poco, hacer mi firma y poco
más.
P.:
¿Cómo eran los profes?
R.:
Profesores yo no conocí. Lo que yo conocí era una maestra. Que
venía a nuestra aldea, alquilaba una casita, y allí nos hacía
la escuela. Allí había niños, niñas, había de todo.
P.:
¿Cómo iba a la escuela? ¿Tenía que andar mucho?
R.:
No, no la escuela estaba cerquita. Una vez estuve muy malita y la
profesora me puso a su lado, para preguntarme, pero yo no sabía
mucho, porque no iba mucho. Además nosotros teníamos que llevar los
banquitos para sentarnos, porque no es como ahora, antes tenías que
llevar tu banquito.
P.:
¿Qué solían comer?
R.:
Como no había aceite íbamos a la tienda, y comprábamos un patacón
de aceite, un cachito de jabón, íbamos a buscar las cositas por
menudo.
Y un día mi padre me dijo – Mira “filliña” si no hay aceite
da igual, ¿sabes lo que vamos a hacer con la grasa de hacer la
comida?... En unos tazones echaba las patatas las tapaba, y cuando
veía que
tal,
las quitaba. Les quitaba la piel y nos daba las patatas tal cual,
porque no había aceita para freír. Y con el pescado hacía igual. –
Él decía que el que pasaba hambre es porque quiere, porque cuando
hay hambre todo vale.
El
pescado también lo ponía a asar con unos pinchos de la leña, le
ataba la cabeza y cuando estaban asados, había que comerlos.
P.:
¿Quién cocinaba?
R.:
Cocinaba el que llegara o el que tuviera hambre, si teníamos algo en
casa pues lo íbamos haciendo. Al fin que mi padre andaba trabajando,
y buscando. Mi madre también andaba trabajando, porque entonces iban
a la fábrica, iban al campo con los azadones a plantar legumbres y a
levantarlos, a levantar las patatas, coger los repollos para muchas
veces ir a venderlos a la plaza. Si tenía cuatrocientos repollos a
lo mejor comías cien, los otros los ibas a vender para comprar otras
cosas.
P.:
¿Cómo os trataban a las mujeres?
R.:
Nos trataban bien, yo no me acuerdo de haber peleas, ni como ahora,
ni tundas.
Trabajaban los hombres por un lado y las mujeres por otro y cuando
veníamos a casa, se hacía una comida, o lo que fuera. Pero de
pegarle, ni cosa ninguna, yo no me acuerdo de más. Más bien había
pobres, que yo tuve un cuñado que fue de padrino a la boda y me
acuerdo que una vez cogió una enfermedad al pulmón con el hambre,
con la necesidad. Y además había unas casitas muy viejas, y había
mucho frio, mucha humedad, la ropa que quitaban los marineros lo
ponían por encima de la cama, que la cama no tenía más que unos
tacos, que le echaban por encima para hacerle más peso y más
abrigo. Y es lo que me acuerdo.
P.:
Hábleme de su familia.
R.:
De mi familia me acuerdo de mi “finada” de mi abuela, que era la
madre de mi madre. Que la “pobríña” estuvo malita de vieja. Y
después de los otros me acuerdo de los nombres, pero unos eran
pescadores, otros iban a ayudar a las casas que tenían fincas para
que le dieran un poco de picotas. O lo que fuera. Allí no iba por
jornal. Allí iba por jornales, ayudaban y después de ayudar te
pagaban con algo.
Mis
padres de parte de mi madre eran siete hermanos. Una se llamaba
Carmen, otro se llamaba José, otro se llamaba Manolo, otro se
llamaba Agustín, otra se llamaba Dorita, otro se llamaba Rolindes, y
mi madre Encarnación.
P.:
Usted vivió durante la guerra, la posguerra y la dictadura, ¿Cómo
las vivió?
R.:
Yo me acuerdo algo. ¿Qué años podía tener yo? Nueve, diez, o así
y me acuerdo. De que andaban hombres por las casas buscando hombres
para hacerles mala vida. Para llevarlos a prender, o para matarlos.
Que algunos me acuerdo que había, el señor, que era zapatero, que
tenía una pierna sola, que la otra ya se la cortaran y era muy buen
hombre, pero siempre juntaba a unos niños para hacer como un coro,
cuando era ahora por carnaval, cuando era una fiesta cualquiera,
hacía un coro para cantar los niños e iban cantando por ahí por
las casas. Y me acuerdo una vez. Que vinieron y oímos de noche
(sobre la mañana) “AGUICHZ, AGUICHZ” ¿qué pasa, qué pasa, que
será? Y cuando vemos que iban a buscar a aquel hombre cojo, para
llevarlo, porque juntaba a los niños y les daba malos ejemplos, eso
no eran malos ejemplos. Era cantar y bailar para entretener a la
gente, que no era como ahora que hay bailes, hay de todo. Bueno
empezamos a llorar, a llorar… Y la mujer, un hijo y una hija que
tenía, y muchos vecinos de aquí, íbamos detrás, detrás, detrás…
A ver hasta donde lo llevaban, pero nosotros escondidos, que no
podíamos que nos vieran, y después la mujer y los hijos empezaron a
llorarles que no lo mataran, que lo mandaran, que lo
consideraran de él,
porque de esta manera y de la otra.
Pero
después aún hubo a algunos que pasaron por el sacrificio, que los
mataron. Porque después cuando íbamos con las ovejas, había unas
carreteras que no son como ahora, eran carreteras malas, y había
unas cunetas (que era por donde pasaba el agua, para no ir por la
charca) y algunos los mataron y los veíamos después, íbamos las
niñas y los niños cuando íbamos para el monte - ¿Quién va a ver
cuántos había?
P.:
¿Cómo vivió la muerte de Franco?
R.:
Estaba trabajando, estaba sirviendo, no me acuerdo en que casa
estaba, pero me acuerdo cuando murió. Como ahora cuando hay cambio
de los políticos, antes había de unos y ahora hay de otros y se
irán.
P.:
¿A qué edad se casó?
R.:
Caramba, caramba. Yo para casarme aún esperé bastante. Que yo no me
quería apurar, pero después de apurada no me quedó más remedio.
Por
aquel entonces sabes que teníamos novios. Vecinos, unos con otros,
y cuando empezamos a querer ser mozas, ir al cine y el baile. Claro
íbamos. E íbamos creciendo y los acompañamientos ya sabes lo que
viene. – el fuego al lado de la estopa, viene el demonio y sopla-
Yo
tuve un novio vecino, muy bueno, y después de aquella empezamos a
jugar y tuve a mi hija, con treinta años. Que hasta los treinta años
dije yo: no, no.
Pero
yo con treinta años andaba trabajando por el mundo. Estuve mucho
tiempo en Pontevedra en casas, como la de Ángel Casqueiro, que era
médico, de Don Gilberto Vázquez, que era delineante de obras de
puerto. Bueno de muchos señores de aquí de Pontevedra. Pero cuando
me quedé embarazada y tuve a mi hija las dejé.
Pero
después el mundo sigue andando, y yo después de treinta iba a
trabajar.
Pero
había un señor vecino, que estaba viudo, que tenía un hijo que le
murió en la Coruña. Y el señor viudo tenía un hijo casado con una
vecina mía y tenía otro allá en la Coruña casado con una vecina
de ellos, que eran de Aldán, pero después el señor tenía una
“taberniña” pequeña. Y él no sabía leer ni escribir y me
propuso a mí, que si yo le podía llevar el negocio, y como era un
negocio pequeño, lo pensé. Y yo le dije –Mira yo tengo a mi hija,
y sabes que hasta que sea mayor de edad yo soy responsable de
atenderla y darle lo que haga falta. Y él me dijo –No te
preocupes, que donde comemos dos, comemos tres. Y con la misma le
dije, ya lo pensaré. Y claro, yo ya estaba cansada de andar por el
mundo y le dije que tenía responsabilidad de mi hija, me dijo que él
se encargaba. E íbamos a casarnos el veinticinco de julio, pero nos
casamos el doce de agosto, porque le murió el hijo de la Coruña.
Entonces,
hice una comida familiar para mis hermanas, mis sobrinas, mi hija y
mi madre, y le invité a él, porque había que decirles lo que iba a
pasar. Aunque yo ya le dijera a mis hermanas y al marido de mis
hermanas lo que iba a pasar. Pero las niñas ya andaban jugando por
allí. Y cuando comieron, mi hermana las llamó y yo les dije -Mira,
este señor no lo conocéis, pero yo me voy a casar con él porque yo
estoy cansada de andar por el mundo. Este señor sabe que Encarna es
mi hija. Yo le dije que si Encarna se iba con mi madre tenía que
darle algo con que sostenerse, y si no, se venía conmigo, para el
matrimonio. Y ella me dijo: Ay Mamasiña
yo voy contigo, voy contigo. Que la verdad sea dicha, yo iba siempre
a casa, a ver a mi hija: a llevarle juguetes, o llevarle dinero a mi
madre para lo que le hiciera falta. Y ella como sabe que yo no la
abandoné, por eso quería venir conmigo. Bueno pues dije yo –Ya
veis que quiere venir conmigo. Y pusimos el casamiento, con la
casualidad que nos íbamos a casar en Vigo, que yo estaba en una casa
sirviendo allí. Pero al final yo vine para casa, mi marido ya era de
allí, y yo dije -Mira sabes una cosa, va a venir mi hermana y mi
cuñado, no vamos a llevar a nadie, ni vamos a llevar a hacer comida
ni nada. Solamente viene mi hermana y mi cuñado, y nosotros. Así
que nos vamos a casar en Beluso, en la parroquia donde están mis
padres, mi madre, mi hija cuando nació y cuando está allí.
Nos
casamos en la primera misa, que es muy temprano, a las ocho, me
parece. Y fuimos, los cuatro solos, a la primera misa, nos casamos,
alquilamos un taxi, para llevarnos ya desde casa para la iglesia, y
nos vinimos a Pontevedra. Y fuimos a comer a Calixto, que era el
mejor hotel que había donde era la feria. En resumida cuenta fuimos
a comer, esperamos a que fuera de noche, vinimos el matrimonio para
la casa del matrimonio, y mi hermana y mi cuñado se fueron para su
casa. Una buena fiesta.
P.:
¿Cuántas personas vivían en su casa?
R.:
En mi casa mis padres, y mi hija cuando nació y yo. Pero yo después
cuando empecé a trabajar por ahí, iba a casa de vez en cuando, pero
estaba igual.
P.:
¿Alguna vez vestía de forma especial?
R.:
Nosotros antes usábamos otra cosa. Pero nosotros antes íbamos con
la ropa que teníamos porque no había más que unas, se lavaban a la
noche y por la mañana ya la ponía. Así que no había ropitas.
P.:
¿Usted es religiosa?
R.:
Soy religiosa y bien religiosa. Que yo tan religiosa por mi parte, a
mi hija le inculqué la religión. Y ahora mismo aquí hay una
capillita que van a la misa. Pero yo la verdad mi conciencia tengo la
religión dentro. Y cada noche cuando me acuesto me presigno – Dios
me deje llegar al mañana. Y vengo por la mañana y veo el día y
digo – Ay dios mío, ya me dejó llegar al mañana, y además que
eché unos versos que mi madre nos enseñaba mucho a rezar, y a
cuentos de la iglesia.
Mira
– San
Silvestre está en la puerta, a su capilla cubierta, llorando y
suplicando en las monjas de Aragón que le haga una oración. Oración
de periodista, nuestro señor nos altar, no altar a caducar meteuse o
sol na vidriera, meteuse e non saleu, saliu a virgen María, foi a
doncella que deu, ela non quixo parir aquí, foi a parir a Belén,
onde había un boi manso, una mula moi viciosa, o boi axuntaba palla,
a mula lla escajallaba, maldita sea esa mula, que non vexa sol nin
luna, nen cousa de viaje de por.
Andrea Galego Outes-3ºESO A
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