"MI INFANCIA FUE MUY TRISTE"
Amadora
Díaz Carballeira, 84 años (Villalba - Lugo)
JUAN
JOSÉ ROCA: En qué idioma prefiere hablar, ¿en castellano o en
gallego?
AMADORA
DÍAZ: En castellano. Ahora hablo castellano, pero antes hablábamos
en gallego porque era Galicia, donde estábamos.
J.R:
¿Y desde cuando cambiaron, o siempre hablaron gallego?
A.D:
No, yo cambié desde que fui al colegio, que en el colegio se hablaba
castellano, y de ahí aprendí el castellano. ¡Y sé castellano y
gallego!
J.R:
¿A usted le gustó su infancia?
A.D:
Mi infancia... (se pone seria) pues no me gustó porque tenía cinco
hermanos y mis padres tenían que ir a trabajar para señores que los
llamaban y yo tenía que quedar con mis hermanos para darles de
comer, vestirlos, mandarlos al colegio… Otra cosa no te puedo
decir.
J.R:
¿Cómo era la casa donde vivían?
A.D:
Pues esa era una casa con una cuadra detrás con una vaca y, delante
con una cocina; y arriba dos habitaciones.
J.R:
¿Dormían todos los hermanos juntos?
A.D:
Sí. Teníamos dos camas y otros dormían en una cuna.
J.R:
Y sobre la escuela, ¿estaba cerca de su casa?
A.D:
No. Estaba en un sitio que se llamaba “la Feria”,
que hacían allí las ferias donde se vendía la ropa, donde se
vendía la fruta… y había muchos árboles y cuando era el tiempo y
había castañas, íbamos a las castañas a “la Feria”.
J.R:
¿Cómo iban hasta allí, hasta la escuela?
A.D:
Pues andando, que no había otra cosa; era en Villalba todo.
J.R:
¿Y cuántos años fue?
A.D:
A la escuela fui hasta los catorce años; y a los catorce años tuve
que buscar una casa para trabajar porque mis padres no tenían
suficiente para darnos de comer. Yo estuve trabajando en la casa de
un sastre y su mujer,
y
me daban retales para hacer los pantalones y las faldas y… (se pone
triste) mi infancia fue muy triste.
J.R:
Y los colegios… ¿eran solo de niñas, o eran de niños y niñas
(mixtos)?
A.D:
¡Ay! De niñas y de niños, y de niñas pequeñas y de mayores.
J.R:
¿Y usted a cuál iba?
A.D:
Yo fui siempre al mismo colegio, eran “de primera”. “De
segunda” ya eran de más pequeños. E íbamos las “de primera”,
todas las amigas que éramos de catorce años, íbamos al colegio.
J.R:
¿Y a usted le gustaba ir al colegio?
A.D:
¡Ay mucho! Yo siempre fui muy lista, escribía las cartas a mis tías
para los novios.
J.R:
¿Sabe alguna anécdota de cuando estaban en la escuela?
A.D:
Pues esa… (se ríe). Estábamos castigadas, que no nos dejaban
salir, y cuando pasaron los profesores, hicimos el pis en unas zuecas
–de aquella no había zapatos- y se lo tiramos por la cabeza.
Subieron, ¡nos castigaron dos días sin salir al recreo! (risas).
J.R:
¿Y entonces, a sus amigos, los veía en otro sitio que no fuera la
escuela?A.D:
Sí, en las fiestas y cuando había misiones, que hubo en Santaballa,
y en Lanzós, y en Goiriz… Nos juntábamos e íbamos a esas
misiones.
J.R:
¿Y qué eran esas misiones?
A.D:
Venía un fraile a dar clase, a hablarnos cómo era la Iglesia, cómo
era el catolicismo… porque también hay quien no cree en la Iglesia
y cree en otras cosas.
J.R:
A su marido, ¿cómo lo conoció?
A.D:
Al abuelo lo conocí en una fiesta, que era la fiesta de San Ramón.
Estábamos bailando dos chicas y vinieron esos dos chicos, mi marido
y “mas”
el
otro chico, un primo. Y después se fue ella, que se casó con ese
chico y yo me casé con tu abuelo. Pero estuvimos catorce años de
novios; primero se marchó él a Suiza y yo me quedé con el niño,
con Toñín. Al año siguiente, pues me llevó y fuimos los dos a
trabajar a Suiza.
Amadora
con Antonio, su futuro marido, de novios.
J.R: Entonces tuvieron que emigrar, ¿por qué emigraron?
A.D:
Porque aquí no había trabajo, no había casi ni que comer, era un
sitio pobre… Después ya fue evolucionando todo; ya había
comercios, venían a las ferias a vender y a comprar… y así fue la
vida.
Amadora
y Antonio, a la derecha, con unos amigos en Suiza.
J.R: ¿Viajaron a algún lugar más?
A.D:
¡Ay viajamos a muchos! Fuimos, cuando tus padres se casaron, a todos
los sitios en donde estaban ellos. Estuvimos en Algeciras; estuvimos
en Ceuta, donde fui en barco… Y cuando íbamos para Madrid el
abuelo se agachó con las maletas y le llevaron la cartera y gracias
a tu padre (risas) que dijo: “No te preocupes, que eso lo arreglo
yo, que cuando pasemos a Ceuta, ya te paso yo”; que él estaba de
Sargento. ¡Ay fuimos a muchos sitios, eh! A Barcelona, a Madrid…
¡Estuvimos en muchos sitios, eh!
J.R:
Bueno, cuando era pequeña, usted vivió la guerra, ¿recuerda algo
de ella?
A.D:
Sí… porque tenía un tío que tenía un camión y era el que
llevaba a los soldados a pasar a Oviedo. Pasaban de La Coruña, y los
llevaba para que cruzaran… para llegar a Madrid. Ahora poco me
acuerdo.
J.R:
¿Y recuerda algo de durante la dictadura de Franco, todos esos años?
(Aquí
existen dos posibilidades: o no me lo quiso contar por cualquier
motivo, o no entendió mi pregunta, porque es ilógico que recuerde
algo de la Guerra Civil y que no se acuerde de nada de la Posguerra y
la dictadura Franquista).
A.D:
No, yo no me acuerdo de eso; era pequeña.
J.R:
Y… ¿de qué trabajaba, todo el tiempo que trabajó?
A.D:
Pues cocíamos en el horno, y hacía el pan. Después contábamos
cuando se segaba en el terreno y hacíamos los mollos
y
se juntaban, después venían las máquinas para hacer… (no se
acuerda). Un tío mío, era el que limpiaba el trigo y los otros
echaban los mollos
para
una máquina, y salía el trigo; después ese trigo iba para un sitio
para limpiarlo y venderlo, se vendía mucho.
J.R:
¿Con cuántos años empezó a trabajar?
A.D:
A los catorce años.
J.R:
¿Cuál fue su primer trabajo?
A.D:
El primer trabajo, que estuve con unos señores de Madrid que venían
a pasar el verano y estuve allí trabajando; de
limpiar, de lavar, de las camas… de limpieza, de comida no.
J.R:
Y sobre la ropa que vestían… ¿Es parecida a la de ahora?
A.D:
No.
J.R:
¿Cómo era entonces?
A.D:
Eran unas falditas y unos vestidos, entonces no había pantalones
como ahora. Unas falditas cortas con unas blusitas o unos vestidos
cortos.
J.R:
Sobre la comida, ¿qué comían, generalmente?
A.D:
¡Pues caldo! Se llamaba el caldo, de repollo o de grelos; o arroz
con huevos o con conejo; después escogíamos las lentejas, que las
echábamos encima de una mesa y se iban limpiando las semillas y era
para cocer y comer.
J.R:
Y en los días de fiesta, ¿comían algo especial?
A.D:
¡Sí! Había empanada, había guisos… (risas) y era lo que había
que comer. Empanada, o guisos, o asados, conejo asado o… nada más.
J.R:
¿Y cómo conseguían la comida?
A.D:
Pues la criábamos en casa. Criábamos los conejos, criábamos los
cerdos, y la vaca ya tenía leche… y era de lo que comíamos.
Después íbamos a moler el trigo que cogíamos cuando segaban, lo
llevaba a moler al molino y hacía la harina, y el pan.
J.R:
Y había muchas fiestas cuando vosotros erais pequeños…
A.D:
¡Ay sí! San Ramón, San Pedro, San Juan, Santiago… ¡había
muchas fiestas!
J.R:
¿Y qué hacían allí, en las fiestas?
A.D:
¡Bailábamos! Estábamos nosotras y si venían los chicos a sacarnos
a bailar, pues bailábamos con los chicos.
J.R:
Bueno, para acabar ya… ¿Qué cambios nota ahora con respecto a su
juventud?
A.D:
Pues… no te lo puedo decir porque ahora es un asco, todo una
asquerosidad. Entonces la cosa era más fina, que no se abusaba y
ahora tú vas a una fiesta y ya te
abusan por
todo, y allí (antes) no. Cuando tus tías eran jóvenes, venían con
los novios e íbamos a las fiestas de San Ramón y las teníamos que
traer nosotros; y venían los chicos con ellas llorando, que se
querían quedar en la fiesta y no, no las dejábamos. Era otra
educación; la que ahora no hay, que ahora se van a las doce de la
noche y vienen a las cuatro de la mañana.
J.R:
Por entonces… ¿eso no se hacía?
A.D:
Las que estaban hasta las doce o la una ya no eran formales, o no
tenían quien las fuera a buscar y se escapaban. Me acuerdo una vez
que mis padres no me dejaban ir a la fiesta, y entonces subí con
ellos para acostarme y cuando estaba acostada, bajé las escaleras
despacito y me escapé para la fiesta. Cuando llegué (risas) tu
abuelo (bisabuelo) cogió la zapatilla y ¡me dio unos zapatillazos!
Pero ya de las doce de la noche no podías estar fuera, que ya se
reían y decía la gente que no eran formales.
Amadora
y Antonio con sus tres hijos mayores.
J.R:
Bueno; pues ya está, ¿quiere contar algo más?
A.D:
Que… que todos los hijos que tengo, gracias a Dios, no fueron
drogadicto ninguno y que están todos casados y que están todos
bien, es lo que puedo decir. Gracias a Dios, los hijos que tengo,
puedo decir a Dios, que me dieron unos hijos que… no se puede decir
porque hoy; con eso de la droga, con eso de la bebida, con eso…
¡eso está ahora todo corrompido! Y de aquella no, la que se iba a
las doce de la noche y no estaba en casa ya no era formal. ¡Entonces,
aquellos tiempos! Que ahora, ahora ya no…
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