Una
vida ligada al campo
Dora
Dorotea Bargos de Arriba, 69 años (San Pedro de Furco, Becerreá - Lugo)
Dora
Dorotea, de 69 años, ha vivido desde que nació en la misma casa en
San Pedro de Furco, cerca de Becerreá, con sus padres, sus abuel@s,
su marido y sus hijos. Es una mujer cariñosa, cercana y trabajadora,
aunque también le encanta divertirse e ir de fiesta.
PREGUNTA.
¿Cómo era el trabajo en el campo?
RESPUESTA.
El
trabajo en el campo era muy duro. Había que trabajar muy fuerte,
ayudando al marido en todo lo que trabajaba en el campo y así.
P.
Y aquí, en la parroquia, ¿todas las mujeres os dedicabais al campo
o había alguna que no?
R.
Nada,
todas nos dedicábamos al campo… y a la casa. Al campo y a la casa.
P.
¿Ni siquiera ninguna en un bar?
R.
No, cuando yo era joven nada. Ahora sí, ahora se dedican todos a
fuera y en casa pocos trabajan; pero antes íbamos todos al campo,
todos trabajando por el monte arriba, echando el pan, recogiéndolo,
y… cosas así. Todo campo: patatas y… todo para cuidar a los
animales.
P.
¿Qué utensilios y herramientas usabais normalmente para el trabajo?
R.
Pues… horquillas, azadas… Y cuando era para la hierba, antes que
no había tractores ni envolvedores ni toda esa historia, con un
rastrillo, rastrillando la hierba y cargándola en los carros de las
vacas. Después ya vino el tractor y fue un alivio, claro. Pero eso
no fue hasta hará unos 45 años.
P.
¿Con quién vivías?
R.
Con mis padres, aquí. Y bueno, primero estaba también mi hermana,
pero luego se marchó a Barcelona y ya me quedé yo sola con los papás.
Después, ya cuando me casé, mi marido y yo.
Dora y su familia en el prado de la casa
P.
¿El hecho de dedicaros a este oficio, cómo condicionó vuestra vida
en familia? O sea, ¿cómo hacíais para compaginar el trabajo en
casa y fuera?
R.
Pues mira, lo hacíamos bien. Primero hacíamos lo de casa, después
mi marido se marchaba a trabajar al campo y yo, cuando podía y ya
dejaba todas las cosas de casa hechas, incluida la comida, iba
también a ayudarle. Luego volvíamos a casa, comíamos, y a la tarde
íbamos otra vez. A la noche veníamos y había que arreglar todo:
las vacas, la hacienda toda que teníamos; y cuando conseguíamos ir a
cenar, eran muchas veces ya las diez de la noche.
P.
¿Y luego cuando ya había niños?
R.
Pues a mis hijos, prácticamente los cuidaron sus abuelos, y luego
cuando ya crecieron algo, con siete u ocho años iban con nosotros.
No hacían las mismas cosas, pero ayudar nos ayudaban: a coger
patatas, a llevar las vacas, a traerlas… Cosas así. Claro, ¡cómo
no!
P.
Cuando eras joven, ¿qué comíais normalmente los días de diario?
R.
De
todo, de lo que había en el campo, que antes poco se compraba y era
todo de lo que había en casa, no era como ahora. Ahora vas al súper
y compras de todo, pero antes se hacía aquí, mucho más que ahora.
Pero era comida más sana que ahora, de verdad. Se hacía mucho
caldo, caldo gallego, con verduras, con patatas, con habas y se
echaban cosas a cocer… por ejemplo, cuando matábamos cerdos, se
echaban partes del cerdo a cocer al caldo, y salía muy bueno. Aún
lo sigo haciendo hoy, claro. También se hacían huevos, tortillas, y
muchas cosas que no se hacen hoy, tostadas de pan, pan centeno que
cocíamos en casa… Muchas cosas, pero todas caseras, de la huerta:
lechugas, judías, guisantes, zanahorias, patatas que duraban todo el
año (cuando salían las nuevas, aún sobraban de las viejas, y
entonces las comían los cerdos, las vacas y los terneros). Además,
matábamos también un ternero y cerdos. Y había de todo. Gracias a
Dios, había de todo.
P.
Y, quitando lo de casa, que era casi todo lo que comíais, ¿qué
comprabais en el mercado o en la feria?
R.
Pues comprábamos azúcar, café, algo de arroz, algo de macarrones y
así, cosas que hacían falta, pero no como hoy. Ahora vas, por
ejemplo, y compras conservas, que entonces tampoco se compraban, y
pescado nada, porque ya ni lo había. Ni siquiera había súperes,
que solo había unas tienduchas antiguas que se llamaban tabernas y
tenían así algo de todo, pero poca cosa. Lo único que comíamos de
pescado eran sardinas y mejillones en conserva, prácticamente. Yo,
en mi juventud, no recuerdo ningún otro. Después ya empezó a venir
algún pescadero por las casas y ahí sí que ya comprábamos algo:
jureles, sardinas…, pero traían también poca cosa.
Dora y su familia un día de fiesta
R.
De todo: pollos, que criábamos en casa como sigo criando ahora,
conejos, carne de cerdo, ternera, verduras… y pescado menos. Ahora
lo comemos porque tenemos con qué comprarlo, que tenemos la
jubilación, pero entonces papá y mamá poca jubilación
cobraban, que eran muy pequeñitas…
P.
¿Y los días de fiesta? ¿Había comida diferente?
R.
¡Ay, sí! Los días de fiesta había comida diferente, claro. Por
ejemplo, el día del Santiago, que es el que se celebra aquí, había
siempre entremés; después había comida más fuerte, de unas cosas
y de otras; luego había cordero, se cocía también algo de cerdo,
como lacón y cabeza; y todo con patatas fritas y ensalada. Todo
distinto. Yo hacía los pasteles del postre, también todo con cosas
de casa, que de aquellas poco se compraba.
Dora con su marido, hijo y cuñado en un estudio en Lugo
P.
¿Los días de fiesta también cocinabais en casa?
R.
Sí,
claro. Igual, hombre, claro. Se hacía de todo en casa, igual que
ahora.
P.
Y, a parte de la comida del día del Santiago, ¿ibais a alguna
romería?
R.
Sí, a las fiestas por ahí, pero íbamos por la tarde, después de
comer. Y los domingos, cuando había fiestas. Cuando no, a veces
había bailes. Había una taberna aquí y había bailes en ella:
venía un señor que tenía un acordeón, a tocar, y había baile.
Íbamos al baile y lo pasábamos bien. ¡Mejor que ahora en las
discotecas! Por lo menos no teníamos ningún peligro. Ir a la
discoteca… ¡Ahí íbamos de maravilla! Tenía una entrada muy
grande la taberna con un portal muy grande, y debajo de ese portal,
se hacía el baile. Casi todos los domingos había.
P.
¿A qué años era eso, más o menos?
R.
Pues tenía yo ya 15 años. Con 15 años ya iba al baile con mi
hermana, que era mayor que yo, y que entonces aún estaba en casa.
Primero iba con ella, y luego cuando marchó, yo seguía yendo igual
con todas mis amigas.
P.
¿Había alguna comida que, como era muy cara, solo se podía coger
los días de fiesta?
R.
Claro. A mí, por ejemplo, me gustaba mucho el pescado, pero no había
con qué comprarlo. Había alguna vez y otras no había. En aquellos
tiempos no había dinero, no había ni un duro. Era en el tiempo de
Franco… Ahí no había nada, ¡no había un duro!, no había un
duro…
P.
Normalmente, ¿quién cocinaba en tu casa, cuando eras niña?
R.
Mamá, mi madre. Cuando era yo niña era mi madre quien cocinaba.
P.
¿Y tú?
R.
Yo era pequeña y me marchaba con mi padre al campo, a los tojos, al
monte y así: primero iba él a cortarlos y luego iba yo al día
siguiente o a los dos días con él. Por aquel entonces los cortaban a mano,
que no había tampoco maquinaria ninguna, con una hoz. También
íbamos a la leña. Yo era pequeña, pero iba con él. Iba a la
escuela y los sábados y domingos, aprovechaba para ir con mi padre.
Y en la hacienda, de las vacas y todo eso, la abuela, mi mamá era
quien cuidaba, mientras yo iba con mi papá. También íbamos a coger
patatas: nos ayudábamos los vecinos unos a los otros e íbamos de
casa en casa, hoy en una casa, mañana en otra… Y así.
Foto de boda de Dora y Dionisio
P.
¿Podrías explicar alguna receta, de día de fiesta o de día
normal?
R.
Lo que mejor me salían eran por ejemplo el cordero, o los pasteles:
tarta, roscón… O buñuelos, que los hacía mucho mi madre, y luego
les quitaba un poco de masa de dentro con un cuchillo, para tener
espacio, y se rellenaban con crema y eran muy ricos. Luego en el
tiempo de carnaval también se hacían filloas, rellenas con crema o
con miel por dentro, como se siguen haciendo ahora, igual.
P.
¿Carnaval? ¿Lo celebrabais igual que ahora, disfrazándoos?
R.
Sí, yo toda mi vida, hasta hace cuatro años. Hace cuatro años que
no voy porque me duelen mucho las rodillas… ¡Pero toda mi vida!
Dionisio [su marido] nunca quiso ir vestido de carnaval, pero yo
siempre fui con mis amigas. Tampoco me prohibió nunca ir. Siempre
me gustó mucho disfrazarme y pasarlo bien.
P.
¿Y de qué os disfrazabais? Quiero decir, cuando eras pequeña, ¿qué
usabais para disfrazaros?
R.
Pues ropa, ropa de gente mayor. Yo me disfrazaba con ropa de mi
padre, con un traje de pana muy bonito, que estaba muy limpio, y
luego como ya me reconocían por él, se lo di a una amiga y no me lo
devolvió nunca más. Después me disfrazaba con ropa de mi mamá. A
mis hijos también siempre les hacíamos disfraces, a Manolo [el
pequeño] más que a Pepe [el mayor]. Se los hacíamos con los
cordones de las
alpacas:
les hacíamos unas faldas cortando desde la cintura, y les hacíamos
como unos corpiños arriba. Iban chulísimos.
P.
¿Dónde celebrabais el carnaval?
R.
Cuando teníamos niños íbamos a Becerreá. Antes no, antes era
donde te decía, en la taberna, que siempre hacían baile de
carnaval. Era ahí al lado donde ahora está esa casa casi caída.
Además siempre hacíamos comidas especiales, como orejas, filloas,
se cocía cabeza de cerdo, nabizas, patatas cocidas, chorizos… La
comida de carnaval de siempre.
P.
En la escuela, que mencionaste antes, ¿qué aprendíais?
R.
Bufff, la escuela era un desastre. En la escuela todos un desastre.
Nada… Teníamos unas mesas, unos taburetes allí, y nos sentábamos
cada dos en una mesa. Bueno, teníamos una pluma con un tintero para
escribir. Hacías cada borranchón
[borrón] en las libretas… No había bolígrafos ni lápices.
Entonces, ibas mojando la pluma en el tintero y escribiendo. Si
hacías un borranchón
de tinta que caía, si no tenías mucho, mucho cuidado, la profesora
venía con una regla o con una vara y te pegaba un coscorrón en la
cabeza. ¡Pum! ¡Coscorrón en la cabeza! “¿Por qué hiciste este
borranchón
aquí?” Y así.
Dora y su marido enseñando a caminar a su hijo
P.
¿Pero qué te enseñaban?
R.
Poca cosa, un desastre. Traías la lección para casa, y después
llegabas al colegio y no te la preguntaban siquiera; pasabas a la
siguiente. Si la sabías, la sabías, y si no la sabías, no la
sabías. Ni había notas ni había nada. ¡Era un desastre! ¡Todo un
desastre!
P.
¿Y adónde ibas?
R.
Iba a un pueblo que hay ahí al otro lado que se llama Nantín, que
era dónde había la escuela. ¡Pasábamos un frío que nos moríamos,
por Dios! Unas heladas en el invierno, un frío… No teníamos nada.
Ni una estufa ni nada. Teníamos suerte que en la casa donde era la
escuela, era una gente muy buena, eran muy buenos, y en el recreo
siempre nos dejaban ir a la cocina a calentarnos y tenían la cocina
siempre encendida para que nos calentásemos; pero lo pasábamos fatal, allí aquello era un infierno ir a
la escuela, mima.
P.
¿Cómo ibas?
R.
Íbamos andando a la mañana, con una helada que buuh… ¡Mi madre!
¡Parecía una nevada! E íbamos igual, andando a la escuela, con un
frío que pelaba…
P.
¿Cuánto tardabas, más o menos?
R.
Veinte minutos o así. Un cuarto de hora o veinte minutos.
P.
¿Y hasta qué años fuiste al colegio?
R. Fui hasta los 14 años.
P.
Y de lo que hacíais, ¿qué era lo que más te gustaba?
R.
¿En la escuela? ¡Jugar! [Ríe] Era lo que más me gustaba: salir al
recreo y jugar; jugar los unos con los otros. Era lo único que me
gustaba en la escuela. No te gustaba nada porque no te enseñaban
nada…
P.
¿Quiénes eran tus amigas?
R.
Éramos aquí en el pueblo unas… seis. Éramos seis chicas en el
pueblo, en San Pedro. Luego venían de los otros pueblos, y lo
pasábamos bien. Andábamos por la carretera de juerga los domingos
por la tarde. ¡Solo salíamos los domingos a la tarde! No nos
dejaban salir nada más los padres, a ninguna de nosotras. Luego por
la semana nos juntábamos a la noche, por ejemplo, íbamos con
nuestros padres. A mí me llevaba mi papá al pueblo a la casa de las
otras, y jugábamos a la baraja, a juegos; y ellas también venían a
mi casa.
Dora y su familia en el prado de la casa después de un día de trabajo
P.
Y en la calle, bueno, en la carretera, ¿a qué jugabais?
R.
Pues a correr, a pillar, al escondite, a cuarenta cosas, a la pelota…
Igual que ahora. Y también a un juego que había que se llamaba
“Arranca nabos”: nos sentábamos unos en el regazo de los otros,
había uno que tenía que tirar, y si conseguía levantarnos a todos,
ganaba; si no, tenía que seguir hasta que lo consiguiese. Bueno,
¡una risa!
P.
¿Alguna vez trabajaste para otra casa?
R.
Sí, pero pagándome no. O sea, trabajaba de favor, igual que luego
venían aquí también. Nos ayudábamos los vecinos los unos a los
otros, claro. Teníamos una relación más importante que hoy en día,
porque ahora no tienen relación prácticamente. Como marchan a
trabajar fuera todo el día y aquí no quedamos más que cuatro
viejos que somos en el pueblo… Antes no era así. Antes si querías
trabajar fuera, te tenías que marchar a Barcelona, a Madrid, a
Bilbao, o por ahí. Pero por aquí cerca nada, no había ningún
trabajo.
P.
¿Tú nunca pensaste en marcharte a trabajar fuera?
R.
Sí, yo sí. Yo pensé en irme de casa para Barcelona, que me llevaba
mi hermana junto a ella, pero mis padres nunca quisieron dejarme ir.
Si yo lo mencionaba, mi madre empezaba a llorar, y ¡hala!, yo ya no
decía nada más. ¿Qué le iba a hacer? Eran mayores los dos, y aquí
me fui quedando, aquí estoy y aquí moriré.
Dora y su marido en el bautizo de su sobrina, en Barcelona
No hay comentarios:
Publicar un comentario